Paseo por las nubes

Acabo de regresar de una de las mejores y más refrescantes vacaciones de mi vida. Conocí y experimenté muchísimas cosas nuevas y, sobre todo, mucha gente me hizo sentir muy querida y especial. Coincidiendo este viaje con el comienzo de un nuevo año, creo que es inevitable que aquellos cuestionamientos y reflexiones típicos de estas fechas se vean magnificados y tal vez aún más críticos en esta ocasión.

Durante estas tres semanas conocí nuevas y muy diferentes culturas, personas con perspectivas de la vida muy distintas a las que estoy acostumbrada, y sobre todo un método de acción diferente al de mi país: una acción que es la de hacer acción, llevar a cabo las cosas. Para mi espíritu bohemio fue como una bocanada de aire fresco después de haber estado críticamente sumergido y empezando a rendirse, a “civilizarse”. Esta inmersión me mantuvo en un largo impasse por varios años desde el comienzo de mi vida adulta, pues no he sabido qué hacer o más bien, no sabía que podía hacerse. Un impasse agobiante que me ha mantenido algo marchita y del que no he podido salir por no atreverme a hacer. Yo, que me atrevo a tantas cosas a menor escala, me dejé convencer de que aquí no se hace, sólo se sigue.

Así que empiezan los cuestionamientos: qué hacer, cómo hacerlo; pero esta vez con un poderoso ingrediente nuevo: el de la acción. Empiezo esta nueva década no sólo con ideas nuevas, nuevos propósitos, nuevos sentimientos y nuevos amigos, sino que empiezo decidida a cambios; a dejar de ser tan ridículamente responsable y adelantada a mi edad que caigo en una caja vacía y presconstruida que sólo me llevará a lo mismo que al resto; a atreverme a tomar riesgos y experimentar cosas nuevas; a atreverme a seguir mis sueños. Una década de cambios.

Y, como si fuera poco, hoy que termina mi peregrinaje al ver por la ventana del avión de vuelta a mi realidad, veo kilómetros y kilómetros de campos de algodón. Un denso llano de nubes, colinas suaves que suben y bajan, blancas y coposas, como peinadas con rastrillos humanos en esos parajes elevados. Y el avión volando al ras de las nubes, como si navegáramos entre ellas, y mis ojos no ven más que infinitos campos de algodón hasta desaparecer en el horizonte, iluminados por el sol brillante. Un paseo por las nubes de regreso a una nueva vida, descubriendo, una vez más y después de muchas veces en estas últimas semanas, que las casualidades no existen y que alguien más, algo más grande, está detrás de todo, dejando pistas y señales en nuestro camino.